Un epónimo, según el
DRAE, significa: dicho de una persona o
de una cosa: que tiene un nombre con el que se pasa a denominar un pueblo, una
ciudad, una enfermedad, etc. En román paladino, que empezamos a llamar a
algo con el nombre de una persona por influencia de la misma. Si seguís sin
tener ni idea de lo que hablo, tranquilidad, vamos a ver montones de ejemplos
en esta entrada.
Empezaremos con autores
que se convirtieron en adjetivos. Una situación absurda, sin sentido, es una situación
kafkiana; pero si en lugar de
absurda es espantosa, entonces diremos que es dantesca. ¿Y cómo llamaríamos hoy en día a alguien sádico si no hubiera existido el
Marqués de Sade? Si queréis darle un punto culto a vuestra verborrea, en lugar
de llamar a una persona retorcida, la podéis llamar maquiavélica. De vez en cuando, tenemos dudas cartesianas o realizamos gestas homéricas. Está muy extendido el adjetivo orwelliano para referirnos a situaciones distópicas ideadas por
Orwell, aunque este, a diferencia de los anteriores, no está recogido por la
RAE, quizá en un futuro se contemple, quién sabe. Otro adjetivo que no está
reconocido por la Academia es dickensiano,
que se emplearía para describir condiciones de vida o de trabajo por debajo de
niveles aceptables; no está reconocido en español, pero en un diccionario
inglés he visto “dickensian” con esta definición. Y dejo para el último el más
importante, cervantino; ¿que por qué
lo dejo para el último? Porque en su caso, sus personajes le superaron en fama
y en número en lo que a epónimos se refiere, lo que me permite enlazar con el
siguiente bloque: personajes literarios que se convirtieron en adjetivos o
sustantivos.
Y empezamos por donde lo
acabamos de dejar, con los personajes de Cervantes. En nuestro idioma, tenemos quijotería y quijotesco/a para hacer referencia a la persecución de ideales poco
prácticos o nada realistas. También tenemos dulcinea con dos acepciones: mujer
querida; y aspiración ideal. El
diccionario contempla asimismo, sanchopanchesco/a
(falto de idealidad, acomodaticio y
socarrón) y rocinante (rocín matalón). De Cervantes
pasamos a Fernando de Rojas, que nos acuña celestina
como sinónimo de alcahueta y, diremos que, hoy en día, está más extendida aquella
palabra que esta. El siguiente vocablo, no sabemos a quién se lo tenemos que
agradecer, ya que fue un famoso anónimo el que escribió El lazarillo, nombre con el que designamos
a los guías de ciegos. Si a estas alturas de la vida alguien no sabe lo que es
un donjuán que se lo pregunte a José
Zorrilla. Salimos de España y aterrizamos en Rusia; de ahí nos viene lolita; gracias a Nabokov, así es cómo
llamamos a las adolescentes seductoras y
provocativas (está en cursiva porque es la definición del DRAE). Que no
pare la fiesta que aún quedan unos cuantos; por ejemplo, rocambolesco, como sinónimo de exagerado, esperpéntico; viene de
Rocambole, personaje ideado por el escritor francés Pierre Alexis Ponson du
Terrail, que llegó a protagonizar películas y series de televisión (el
personaje, no el autor). De Emma Bovary, personaje de Gustave Flaubert, nos
viene bovarismo; no está recogida en
el diccionario, sin embargo, en literatura médica sí está reconocida para nombrar
un estado de insatisfacción crónico. Claro que si ya nos metemos en epónimos
médicos derivados de la literatura, eso da para otro post. Los viajes de
Gulliver nos presentaron a los liliputienses,
o como llamamos ahora a las personas
extremadamente pequeñas o endebles. Y para acabar con la sección de
epónimos derivados de personajes literarios, incluyo mentor, que significa consejero o guía y viene del personaje Méntor
que era el consejero de Telémaco en la Odisea.
¿Alguien ha dicho odisea? Pues esta palabra también es un
epónimo del poema que lleva este título y tiene dos acepciones, a saber: viaje largo, en el que abundan las aventuras
adversas y favorables al viajero; y sucesión
de peripecias, por lo general desagradables, que le ocurren a alguien. Con
el título de esta obra griega abrimos el tercer y último bloque de epónimos que
será miscelánea. Macondiano no
aparece en el DRAE, se utiliza como sinónimo de irreal, absurdo, viene de
Macondo, la célebre localidad donde se desarrolla la novela de Gabriel García
Márquez Cien años de soledad. Y para terminar, vamos
con los quevedos; las lentes
circulares que utilizaba Francisco de Quevedo y Villegas.
Como veis, me he ceñido exclusivamente a epónimos literarios y, aun así, esta recopilación no es exhaustiva, me he dejado algunos en el tintero por no hacerlo infinito: borgiano, pantagruélico, proustiano, faústico, sífilis, fígaro. Si os ha gustado y tenéis curiosidad, ya os dejo entretenidos un rato buscando de dónde provienen estos y, si conocéis otros, os espero en los comentarios.
Francisco de Quevedo llevando quevedos |
Me ha gustado mucho el pots de hoy. Muy interesante, no conocía el término pero si que es cierto que lo usamos habitualmente en nuestro lenguaje sin ser conscientes de ello.
ResponderEliminarHe dicho.