Hoy, 8 de marzo es el
día internacional de la mujer. No sé si es cosa mía pero tengo la impresión de
que hace años este día pasaba sin pena ni gloria pero de un tiempo a esta parte
se le da mucho bombo. De hecho, creo que podíamos sustituir la palabra “día”
por “semana” de la mujer porque los actos se suceden desde hace varias
jornadas.
Con esta entrada quiero
celebrar, a mí modo particular, este día, y lo quiero hacer alejándome de grandes
discursos por el motivo que luego os explicaré; pero el hecho de ponerme a
escribir me ha hecho preguntarme por qué el 8 de marzo, dónde está el origen de
esta reivindicación. Así que si me permitís, muy brevemente, vamos a hacer un
repaso histórico.
Los antecedentes del Día
Internacional de la Mujer se sitúan en Estados Unidos. En 1909 se celebró en
Nueva York un “día nacional de la mujer” organizado por mujeres socialistas
como forma de apoyar a las trabajadoras del sector textil. Un año después, en
la II conferencia internacional de mujeres socialistas que se celebró en Copenhague,
se abogó por contar con un Día Internacional de la Mujer, fijándolo el 8 de
marzo.
Cómo os decía
anteriormente, no quiero entrar a relatar grandes proezas, que por supuesto ahí
están y se merecen todo y mi respeto y admiración, y por qué no decirlo
también, mi envidia. Pero creo firmemente que la clave para avanzar en esta
materia está en lo poco o mucho que cada uno pueda, podamos, hacer en nuestro
entorno y es por este motivo, por el que la forma en la que quiero celebrar
este día es contándoos una pequeña gran historia como tantas otras.
El mes pasado, leí un
libro titulado “Escuela de belleza de Kabul” que relata las vivencias de
Deborah Rodríguez en Afganistán. Deborah es una mujer estadounidense, peluquera,
que en el año 2001 decidió viajar a Afganistán con la ONG de la que era
miembro.
Conocéis la situación de
Afganistán, un país en conflicto permanente. La mayoría de los compañeros que
viajaban con Deborah (“Debbie”) era personal sanitario, y para ellos era muy
fácil saber qué tenían qué hacer y cómo podían ayudar. Sin embargo, la protagonista
de nuestra historia estuvo días perdida y sintiéndose poco útil, hasta que se
le ocurrió que podía colaborar haciendo lo que mejor sabía hacer: poner en
práctica sus conocimientos profesionales.
Debbie acabó montando
una escuela de belleza para enseñar a las mujeres afganas peluquería para que a
la postre, pudiesen tener una profesión y ser independientes.
Os podéis imaginar la
magnitud de esta obra. No olvidemos que Afganistán es uno de los países donde
es más difícil ser mujer. Dependen de los hombres, apenas se les da
oportunidades de formación, sus derechos brillan por su ausencia, sus opiniones
no valen nada… Bien, pues gracias a esta escuela de belleza, algunas mujeres
pudieron formarse, aprender un oficio, abrir su propio negocio y ganar su
propio dinero.
Me ha gustado este pots. yo creo que no se hace más que otros años sino que igual te has enterado de más actos.
ResponderEliminarEl origen ya le conocía y el librk le tengo para leer. ya te contare mi opinion.
He dicho.
El próximo libro que voy a leer.
ResponderEliminarHe dicho.